Corpus en La Puebla del Río

En el día de ayer, la Hermandad Sacramental  estuvo participando de la “Campaña de recogida de alimentos de Cáritas”. Todo un cúmulo de sensaciones mediante las que nos pudimos topar con una cruda realidad propiciada por la crisis económica a la que no se le su final.

En nuestro pueblo, en nuestro entorno más cercano, se están viviendo en la actualidad dramáticas situaciones, donde los recursos económicos de familias enteras dependen exclusivamente de algunas horas a la semana que la cabeza de familia dedica a la limpieza domiciliaria. En otros casos, ni siquiera eso, familias enteras que no perciben ya ni un solo euro de subsidio de desempleo, donde las posibilidades de conseguir alguna peonada en el mundo rural se diluyen ante la presencia del frío invierno. Donde las posibilidades de defender su jornal en la construcción se las llevó el cierre del crédito bancario, el miedo a invertir, o vaya usted a saber quién.

Cuando me siento a escribir estas líneas, es después de sentir muy de cerca la desesperación de padres y madres de familia, que ante mi incordiante llamada a su puerta para pedir alimentos para los necesitados,  me miran con cara de tristeza y me cuentan que tienen su despensa vacía, mientras al fondo escucho el llanto de un niño. Tras desandar los escasos metros del descansillo con el sonido seco de la puerta que se cierra, me vuelvo y recuerdo dar gracias a Dios por sentirme un privilegiado, por levantarme cada mañana y desarrollar una profesión, disfrutar de un sueldo, que aunque con más o menos aprietos para llegar a fin de mes, me hace mantener mi dignidad y garantizar el sustento familiar. Pero cuando casi no he terminado de pensarlo, la puerta se vuelve a abrir y llamando mi atención, depositan en mi contenedor de cartón,  un paquete de galletas.  Ese simple gesto, que en otro tiempo o lugar me hubiese parecido una actitud simple para acallar a la fastidiosa conciencia, me hizo ver que lo que me acababan de entregar es un exquisito manjar cargado de amor al prójimo, de solidaridad y de satisfacción.

El pueblo fue dividido en cuatro secciones que se adjudicaron a cada una de las hermandades de La Puebla, y que mediante una recogida domiciliaria, llamaríamos a todas y cada una de las viviendas. La zona que batimos es quizás, una de las más humildes de las que existe en nuestro pueblo, la que comprende la Barriada de las Marismas, de los Príncipes y de la Constitución. Zonas de las que se nutre principalmente el funesto archivo de Cáritas Parroquial. Y que nuestra inconsciente auto-competitividad, nos hizo por un momento renegar, pensando que nuestra contribución a las reservas navideñas de la despensa de Cáritas, iba a ser escasa. Nada más lejos de la realidad. La conciencia solidaria que encontramos, superó todas las expectativas. Llenamos un furgón de alimentos de primera necesidad –leche, arroz, cereales, galletas, pasta…- pero sobre todo llenamos un furgón de esperanza, en unas fechas en las que los más favorecidos, cantaremos villancicos y comeremos turrón alrededor del Belén para celebrar el nacimiento del Mesías, pero otros mirarán por la ventana esperando que el resplandor de la estrella de oriente ilumine de esperanza su hogar.

Y yo, cuando en la Nochebuena muerda el primer trozo de turrón y entone el primer villancico, recordaré que si los pinchazos en las piernas que me han producido el subir y bajar, no sé cuántas veces, las escaleras de la barriada SOLIDARIA de las Marismas, ha servido para que tan solo una familia pueda hacer lo mismo que la mía, pediré a Jesús recién nacido, un “furgón cargado de agujetas”.

Antonio Tomás Pineda Romero